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Quédate el tiempo que quieras, Bernie

Quédate el tiempo que quieras, Bernie

Caricatura: The New Yorker.    

Le llamaron Birdie Sanders a ese pequeño pájaro que se posó (sólo unos instantes) sobre el atrio donde Bernie Sanders daba un discurso en Portland, Oregón. Milagroso, decían. Mother nature did her endorsement yesterday, afirmaron varios medios al día siguiente. Ahora, “milagro” y “asombro” sólo se leen dentro de preguntas que giran entorno a lo mismo: ¿por qué Sanders sigue en campaña cuando la batalla por la candidatura está casi perdida?

Antes de llegar a esa pregunta, pensemos brevemente en las posibles razones por las cuales el antes senador por Vermont ha casi perdido: su falta de empatía con los votantes de las minorías del sur (en especial latinos y afroamericanos); su poco compromiso con los demócratas mayores de treinta años. Sin duda, podemos contar las políticas poco realistas que planeaba implementar.

No me malentiendan. Definitivamente apoyo y entiendo lo positivo de la la educación universitaria gratuita, la creación de un sistema universal de salud pública y el desmantelamiento de las gigantescas corporaciones en Wall Street. Todo está muy bien. Pero hay que tener en cuenta que si el Affordable Care Act de Barack Obama casi reduce su presidencia a una lucha campal en el Congreso, ¿qué puede hacer el senador Sanders —incluso con la madre naturaleza de su lado—, frente a unos republicanos que han probado ser más obstinados que conscientes? No pretendo que se olviden estos temas, pero si uno compite para ser el “líder del mundo libre”, por lo menos se espera que el olfato político de Sanders lo haga mucho más consciente sobre las posibilidades de llevar sus propuestas a los despachos de Mitch McConnell, Kevin McCarthy y demás Grand Old Partiers.

A pesar de todo, hay un sinnúmero de razones por las cuales admirar al brooklynite que ha hecho vibrar las redes sociales. La más importante de todas es una que puede explicar por qué no se ha retirado de la contienda: la reforma de la agenda demócrata. Para la “izquierda” estadounidense, los temas más importantes a los que se enfrenta la sociedad sólo pueden solucionarse con el crecimiento de la presencia del Estado en asuntos que son tabú en un DC tradicionalmente “liberal”. Los problemas son conocidos: la injusta acumulación de la riqueza en 1% de la población; el acceso a la educación universitaria condicionado a la adquisición de deudas enormes; un sistema de salud público ineficiente, caro, limitado.

Así, el que Bernie Sanders siga ganando delegados puede significar un poder de negociación mucho más grande en la convención nacional demócrata que se llevará acabo a finales de julio en Pensilvania. Con Hillary amenazada de tener un caos similar al que Eugene McCarthy causó en 1968 en los floors de la convención, Sanders tiene todas las de ganar para negociar con los Clinton y los líderes de partido para establecer sus intereses en la agenda demócrata. Después de todo, Sanders no está solo. La senadora Elizabeth Warren es más relevante para la elección; tanto, que cada vez se rumora más sobre su posible nominación a la vice presidencia dentro del equipo Clinton.

No es por molestar a Hillary ni por terquedad. No es una locura gastar el dinero de los donantes en una campaña que sólo da patadas de ahogado desde el terrible fracaso en Nueva York. Bernie tiene un sueño y está dispuesto a hacer todo para cumplirlo, justo como aquel joven que cambió la política norteamericana en 2008.

Publicado el 20 de mayo de 2016 

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* Estudiante de Política y Administración Pública en el Colmex. 

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Who’s the new woman in town?

Who’s the new woman in town?

Durante más de nueve meses, la oficina diplomática de Estados Unidos en México fue un gigante acéfalo. Si bien el lazo estrecho entre ambos países nunca peligró —la sinergia organizacional permitió continuar con aires de normalidad la relación—, la ausencia de liderazgo personal en el máximo cargo diplomático en la embajada americana significó la interrupción de un canal de comunicación importante con Washington. Después de un largo estancamiento en el Senado, la vacante ha sido finalmente ocupada con la ratificación de Roberta S. Jacobson. Y es posible entender su llegada tardía a México como producto de una negociación en el clásico juego de realpolitik entre la Casa Blanca y algunos líderes republicanos.

      La embajadora enfrentó constantes objeciones y cuestionamientos de senadores republicanos. En el debate nunca se puso en tela de juicio su capacidad como funcionaria, todo lo contrario: la carta más poderosa que tiene es su reconocimiento como actor estratégico en misiones diplomáticas que Estados Unidos desplegó en América Latina durante la administración de Obama.

      Roberta S. Jacobson, egresada de Fletcher School of Law and Diplomacy, desempeñó el cargo de Subsecretaria de Estado para Asuntos del Hemisferio Occidental (WHA); es decir, durante cuatro años fue responsable de promover los intereses de Estados Unidos en las agendas bilaterales con los países de América Latina, el Caribe y Canadá. Indiscutiblemente, su mayor proeza —y quizá el movimiento que más irritó a la oposición— fue el restablecimiento de relaciones con Cuba. La apertura de la embajada norteamericana en la isla representó el primer logro palpable de este acercamiento. Jacobson, entonces subsecretaria, estuvo presente durante el solemne y meloso izamiento de la bandera estadounidense en territorio cubano. Como líder de la comitiva estadounidense, se encargó de dirigir las conversaciones con Raúl Castro, impulsando y bloqueando los temas que serían presentados en la mesa de negociación. Si alguien debe responder por el éxito —o fracaso— en este proceso, Roberta Jacobson debería ser la primera en manifestarse.

      Resultaría simplista reducir su paso por la Subsecretaría al caso cubano. En su carrera en el servicio público encontramos tensos momentos protagonizados por el presidente Nicolás Maduro, quien acusó a Jacobson (y de paso al gobierno estadounidense) de entrometerse en asuntos concernientes a la política interna de Venezuela. En el mismo sentido, ante las declaraciones de la secretaria (quien apuntaba el mal desempeño económico del país sudamericano), Cristina Fernández defendió la soberanía argentina en materia de definición del rumbo de políticas económicas.

      En el periodo que estuvo al mando de la WHA, la relación bilateral entre México y Estados Unidos no fue ajena para la nueva embajadora. En su gestión, el tema que dominó la agenda entre ambos países fue la implementación y progreso de la iniciativa Mérida. Jacobson manejó un discurso en el que enfatizó el esfuerzo y disposición de ambos gobiernos para mejorar los mecanismos de cooperación y enfrentar problemas comunes en la región. No obstante, en este lapso aumentó la preocupación del gobierno estadounidense por dos razones muy precisas: la incapacidad del Estado para desarticular las redes del crimen organizado y la debilidad de las instituciones que procuran justicia. Jacobson tendrá que poner ambos temas en la mesa una vez que asuma formalmente su nuevo cargo.

       El panorama político en Estados Unidos se vislumbra especialmente agitado en los próximos meses. Roberta Jacobson tendrá que hacer frente a los claroscuros que involucrará la contienda presidencial: principalmente, la persistencia de un discurso xenófobo sensible para México. Simultáneamente, deberá seguir velando por las prioridades definidas en el gobierno del presidente Obama. En un proceso donde están en juego la continuidad o el cambio, es necesario ver la reconfiguración de intereses de la diplomacia estadounidense hacia el vecino de la frontera sur.

Publicado el 13 de mayo de 2016 

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 Estudiante de Política y Administración Pública en el Colmex. 

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Trump no es el único enemigo

Trump no es el único enemigo

Esta entrada rescata diversas ideas discutidas con los profesores Jorge Domínguez, María Celia Toro y Ana Covarrubias, a quienes agradezco profundamente por su disposición y el constante diálogo que procuran con los estudiantes.   

En meses recientes, un hombre alto, robusto, con cabellera estilizada –artificial- y bronceado sospechoso ha invadido nuestras pantallas, conversaciones, nuestra realidad nacional: Donald Trump. El empresario estadounidense se encuentra en la contienda por la candidatura republicana de su país, liderando las encuestas y conquistando, para sorpresa de todos, 37.01% del voto popular en las primarias llevadas a cabo hasta el momento. Además, hoy cuenta con 742 delegados de los 2,472 que conformarán la Convención Nacional Republicana. Estos datos podrían limitarse a ser la descripción de cómo el próximo candidato republicano —e, incluso, Presidente de los Estados Unidos— ganó la contienda; no obstante, el discurso de extrema derecha con ataques hacia migrantes latinoamericanos, un pronunciado sentimiento patriótico y su promesa Make America Great Again, convierten la simple descripción en una historia de terror para la realidad internacional.

        La semana pasada, la victoria de Ted Cruz en las primarias de Wisconsin levantó un sinfín de opiniones encontradas en la prensa estadounidense. Sin duda, este resultado cambia el estatus de la contienda y da más esperanzas a este candidato quien, además, se benefició de la caída en popularidad de Trump a raíz de su pronunciamiento contra el aborto y del escándalo mediático inspirado por los actos de violencia física de su gestor de campaña contra una periodista. Así, la posibilidad de que Trump consiga 1, 237 delegados necesarios para asegurar la candidatura antes de que llegue la Convención se hace más lejana y, a la vez, los simpatizantes republicanos comienzan a cuestionarse si apoyar a Cruz es la mejor estrategia.

        Naturalmente, dadas las ásperas declaraciones del empresario neoyorquino, los ojos del gobierno y población mexicana están puestos en su figura. En nuestro imaginario, él es el enemigo acérrimo, el objeto de todo repudio. No obstante, la información accesible parecería indicar que si Trump no gana “todo estará bien”. Lo que es cuestionable, dada la estrategia política que despliega el segundo en la contienda: Cruz. Incluso para el establishment republicano y ciertos analistas estadounidenses, el senador de Texas tampoco es opción. No sólo por la enemistad que ha logrado forjar con sus pares en el Senado, también por encontrarse dentro de la derecha más dura del partido.2

   Mientras que Trump es escandaloso, impredecible, los analistas conocen sus contradicciones y pragmatismo. Obama, al ser cuestionado acerca de las intenciones del magnate por construir el muro en la frontera mexicana sólo pudo decir: “Good luck with that”. Las cuatro palabras del aún presidente demuestran, por una parte, que la amenaza, antes inverosímil, debe comenzar a tomarse en serio; por otra, paradójicamente, muestran que muchas de las vociferaciones de la campaña de Trump no se podrán cristalizar debido a los pesos y contrapesos del sistema político estadounidense.

         Así, si bien debemos considerar su llegada al despacho oval como una verdadera opción, también debemos tomar en consideración la inviabilidad política de muchas aseveraciones. Cruz, por el contrario, ha dedicado su vida a la política y se reconoce por el incesante apego que muestra hacia sus principios y la capacidad que tiene para llevar a cabo proyectos políticos, como lo demostró al liderar la crisis del Cierre de Gobierno en 2013.

        De este modo, desmantelar la campaña de Trump “a como dé lugar” no parece ser sinónimo de una mejor situación. Mucho hemos leído acerca de la visión radical y poco informada que el empresario tiene sobre diversos asuntos internacionales, pero no debemos olvidar las diferentes percepciones políticas que Cruz ha demostrado: su incesante campaña por socavar las propuestas de Obama de regularizar el estatus de migrantes ilegales, la crítica hacia el acercamiento entre Cuba y Estados Unidos, y el reclamo por el establecimiento de una embajada estadounidense en la Habana y no en Jerusalén.

        Las primarias aún tienen pendientes algunas fechas importantes, como el estado de Nueva York (con marcada preferencia por Trump) y California, donde se jugará la mayor cantidad de delegados de la contienda. Mientras John Kasich sigue aferrándose al juego, circula el rumor de que otros actores llegarán para complejizar la elección de la Convención Nacional. Es fundamental seguir el desarrollo de la contienda más conservadora de los últimos años no sólo porque podría suponer un radical cambio en el actuar de Estados Unidos frente a muchos temas determinantes en la realidad internacional, sino también para comprender las tendencias y exigencias que la sociedad estadounidense proyecta con su apoyo a los republicanos.

        Aún podemos hablar de Estados Unidos como una de las naciones con mayor peso en el sistema internacional y, sin duda, los intereses de su gobierno y sociedad nos conciernen por los efectos que pueden tener directa o indirectamente: desde lograr captar la totalidad de las remesas para construir un muro, hasta limitar el servicio de salud para asegurar que no se proporcione a migrantes ilegales o cualquier otra política patriótica que haga caso omiso de las necesidades internacionales y la responsabilidad que EEUU sigue teniendo en ellas.

Publicado el 12 de abril de 2016 

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1. Estudiante de Relaciones Internacionales en el Colmex. 
2. Keith Poole, “114th (2015-2017) Congress. Common Space DW-Nominate scores. Presidential Contenders”, en http://voteview.com/images/png/presidential_contenders_February_2016_expanded.png, consultado el 6 de abril de 2016.

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E.H. Carr, un pensador para el siglo XXI

E.H. Carr, un pensador para el siglo XXI

Pintura: Dai Dudu, Li Tiezi, Zhang Anjun. 

La historiografía de Relaciones Internacionales considera que el debate entre realistas e idealistas es el mito fundacional de la disciplina. Los idealistas, partidarios de una visión normativa, proponían reformar el sistema internacional; a la inversa, los realistas privilegiaron dar cuenta de fenómenos resultantes de la lucha por el poder en el sistema internacional. Un bastión intemporal de la defensa del realismo clásico es The Twenty-Years’ Crisis 1919-1939 de E.H. Carr.

Tengo en mis manos un ejemplar de la primera edición de The Twenty-Years’ Crisis que preparó Harper Torchbooks en 1964 —aunque, desde luego, se publicó por vez primera en 1939. Sobra decir que se trata de una obra elegante: no sólo sobresale la ligereza de su prosa, plasmada cuidadosamente en garamond sobre papel ambarino, también la belleza contundente de sus argumentos críticos contra el idealismo; premisas sensatas, difíciles de encontrar en un mundo que se nutre de una ideología preponderante. Y es que The Twenty-Years’ Crisis es, precisamente, una crítica realista a las premisas fundamentales del utopismo —epíteto que enfatiza el carácter inasequible de fines idealistas. El autor encuentra en Maquiavelo al realista por antonomasia; reconoce en su pensamiento tres principios fundamentales de esta escuela teórica. El primero es que la historia puede analizarse y entenderse mediante el esfuerzo intelectual porque es, irremediablemente, una sucesión causal de eventos. La segunda proposición se relaciona con el debate sobre la normatividad de la disciplina. A diferencia de lo que opinan los utopistas, la teoría no crea la práctica, sino la práctica debe inspirar la teoría, pues el objetivo último de estudiar la política internacional es comprender, no reformar. Un tercer fundamento que encuentra Carr en Maquiavelo es que la política no se da en función de la ética, sino la ética en función de la política. Y ya que no puede haber moralidad efectiva donde no hay autoridad consolidada, sentencia Carr, la moralidad es producto del poder. El autor percibe, no obstante, una diferencia fundamental entre el realismo moderno y el de los siglos XVI y XVII. Y es que el primero incorporó gustosamente la idea del progreso en el proceso histórico. Po su lado, el idealismo también lo hizo, pero la insistencia en un estándar ético absoluto conllevó a la rigidez de sus propuestas, mientras que el realismo, carente de un “ancla de esperanza” consiguió ser más dinámico y relativista.

      La “relatividad del pensamiento” es una idea fundamental de la detracción de Carr. El autor sostiene que las teorías intelectuales y estándares éticos del utopismo, lejos de ser expresión de principios absolutos, están restringidos por un velo cultural e histórico y, por tanto, son consecuencia de circunstancias e intereses. Además de ser relativo, dice Carr, el pensamiento es pragmático y tiene dirección, pues está encaminado a la búsqueda de objetivos particulares, a la realización de propósitos. Este concepto teórico es el arma que usa Carr en contra de la teoría del bien universal, aquella que, por ejemplo, abanderó la empresa inglesa de laissez-faire en el resto del mundo a fines del siglo XIX. Ésta se sustentó en el convencimiento franco e inquebrantable de que el libre comercio, promotor de la bonanza británica, igualmente promovería la prosperidad del mundo. Comerciantes británicos argumentaron que los países proteccionistas no sólo dañaban egoístamente la prosperidad mundial, también perjudicaban estúpidamente su propio interés y, en consecuencia, su comportamiento era inmoral. “Fue claro, a los ojos de Inglaterra, que el comercio internacional era uno solo: o florecía o se hundía en su conjunto”. La teoría de la armonía de intereses explica cómo los miembros dominantes en una comunidad tienden a identificar sus intereses personales con aquellos de la comunidad entera. Es por ello que, cuando algún miembro toma decisiones que contravienen los beneficios, no solamente es castigado y silenciado de inmediato, sino que, en última instancia, dado que es miembro de esa comunidad, se lo acusa de actuar en contra de sus intereses personales más fundamentales. Sirva una sola frase como síntesis: “It is a familiar tactic of the privileged to throw moral discredit on the under-privileged by depicting them as disturbers of peace“.

      El estado de paz, apunta el autor, es también reflejo de un estatus quo del cual algunos se benefician. En la antesala de la Segunda guerra, Carr pensaba que los argumentos a favor de la solidaridad internacional y la unión del mundo como un todo vienen de las naciones dominantes que pueden esperar el ejercicio de su dominio sobre un mundo unificado. Ante las opiniones de que la paz y cooperación entre naciones es un fin común y universal, y que hay un interés común en el mantenimiento del orden, Carr propone no considerarlas principios absolutos, sino “reflexiones inconscientes de políticas nacionales, basadas en una interpretación particular del interés nacional en un momento particular”. El realismo, ciertamente, tiene también limitaciones serias; —que el mismo Carr reconoció en el apartado The Limitations of Realism— sin embargo, considera que la falta del utopismo es mucho más grave. “La bancarrota del utopismo no reside en su imposibilidad de vivir a la altura de sus principios, sino en la exposición de su inhabilidad de proveer cualquier estándar absoluto y desinteresado para la conducción de las relaciones internacionales”.

      Después de los ataques a París en noviembre pasado, François Hollande —Liberté, Égalité, Fraternité— organizó, no sin cierta tolerancia percibida de la comunidad internacional, un contraataque brutal hacia Siria. La respuesta francesa seguramente generó gran resentimiento en ciertos sectores de la población, cuya magnitud aún no alcanzamos a medir, pero seguramente pronto se hará manifiesta. Sobran ejemplos contemporáneos de situaciones que evidencian la discordancia de valores e intereses en un mundo cuya distribución del poder es asimétrica. Tendremos que pensar más en Carr en los años por venir, después de todo, dedicó su libro a los creadores de la paz futura.

Publicado el 1 de marzo de 2016 

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          Estudiante de Relaciones Internacionales en el Colmex.  

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¿Giro a la derecha?

¿Giro a la derecha?

Foto: Ricardo Pristupluk

A partir de la controversial victoria en la que Mauricio Macri desplazó del poder al kirchnerismo en la Argentina, varios analistas tanto latinoamericanos cuanto internacionales han especulado sobre un claro “giro a la derecha en América Latina”. El término pretende reemplazar el famoso “giro a la izquierda”, acuñado a principios del siglo XXI por la llegada, casi ininterrumpida, de gobiernos izquierdistas en la región. Sin embargo, pese al gran apoyo social que gozaron y a los éxitos que tuvieron en términos económicos ―probablemente a causa del famoso boom de los commodities que satisfizo la enorme demanda china de materias primas―, estos gobiernos afrontan grandes dificultades políticas, económicas y sociales que parecieran ser la causa de un gradual relevo ideológico en la región.

      Hechos como la victoria de la oposición en la Asamblea Nacional venezolana ―por primera vez en más de diez años―; la llegada de Macri en la Argentina; los problemas de popularidad que enfrenta Dilma en Brasil ―a raíz de los escándalos de corrupción que involucran a varios ex funcionarios cercanos a Lula―; el triunfo de la oposición ecuatoriana en la alcandía de Quito, ―antiguo baluarte de la “revolución ciudadana” de Correa― y la elección de Horacio Cartes en Paraguay en el lugar del destituido Fernando Lugo, pudieran fortalecer la idea del giro a la derecha. No obstante, ¿es posible augurar el fin de la izquierda latinoamericana? La polarización social que el carácter carismático de estos gobiernos propició contrapone a los que afirman que la izquierda ha fracasado y se tiene que ir de una vez por todas, de los que apuestan por una recuperación y fortalecimiento de la misma.

      Lo que podría ocurrir ―o lo que está ocurriendo ya―, en cambio, es una moderación de la izquierda en las dinámicas regionales. A Maduro, a pesar de la radicalización de su discurso, le será imposible mantenerse aislado sin el apoyo del kirchnerismo en Argentina, con la aparente indiferencia del gobierno de Dilma y con la cautela de Correa y Morales en sus discursos de apoyo al gobierno bolivariano. Uruguay, por su parte, ya eligió a un presidente más moderado que, a diferencia de Mujica, opta por reformas menos radicales. Ya en el pasado, Tabaré Vázquez tuvo fuertes enfrentamientos con el gobierno de Néstor Kirchner, pero con Macri pareciera haber diálogo cordial. Mientras, Bachelet se preocupa por fortalecer la Alianza del Pacífico en cooperación con gobiernos no izquierdistas y Dilma no se ha pronunciado en contra de la aplicación de la cláusula democrática que pretende Macri para suspender a Venezuela del MERCOSUR. Correa, a su vez, apuesta por una mayor cordialidad con el gobierno de Colombia, ejemplificada con la preparación de gabinetes binacionales anuales ―lo cual habría sido imposible bajo el gobierno de Álvaro Uribe― y habrá que ver cómo se comportará Evo Morales si los sondeos que afirman que 52% de los bolivianos rechazan otra reelección son ciertos.

      Si bien el triunfo de la centro-derecha en Argentina pudiera ser un parteaguas para la victoria electoral del resto de las oposiciones de derecha en América Latina, sería menos precipitado concluir que, precisamente, la experiencia argentina podría propiciar la moderación de los gobiernos de izquierda en dos ámbitos: las dinámicas regionales de cooperación y dentro de sus respectivos países, dada la crisis de apoyo que experimentan varios de ellos. Sin embargo, incluso esta vía se antoja difusa. Habrá que esperar.

 

Publicado el 17 de febrero de 2016 

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  1. Estudiante de Relaciones Internacionales en el Colmex. 

        REFERENCIAS

          BBC Mundo, “¿Qué puede cambiar en Sudamérica con Macri y el giro de Argentina hacia la derecha?”,
    http://www.bbc.com/mundo/noticias/2015/11/151123_elecciones_argentina_macri_impacto_regional_vs, consultado el 14 de febrero de 2016.
          Expansión, “Venezuela y Argentina inauguran el giro político de América Latina”,
    http://www.expansion.com/latinoamerica/2015/12/13/566db816268e3e72278b45ba.html, consultado el 14 de febrero de 2016.

 

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El honor es una mujer

El honor es una mujer

 Foto: Asif Hassan/AFP/Getty Images 

Hace ya algún rato se anunció la lista de nominaciones al Oscar. En la categoría de Cortometraje/Documental se encuentra A Girl in the River: the Price of Forgiveness. El documental de Sharmeen Obaid-Chinoy retrata a una sobreviviente de un asesinato por honor (honor killing). La nominación de la Academia provocó furor e interés en la prensa internacional; en respuesta a los muchos ojos puestos en él, Nawaz Sharif, primer ministro pakistaní, felicitó a la cineasta por su segunda nominación y prometió poner fin a los asesinatos con la “legislación apropiada”. ¿Qué quiere decir esto?

    Las causas de los homicidios varían: rechazar un prospecto, ser víctima de violación sexual, solicitar un divorcio, engañar; a veces bastan las sospechas o algo más insignificante (por ejemplo, Amnistía Internacional informa que un hombre mató a su esposa después de soñar que ésta cometía adulterio).2 Lo más alarmante de los asesinatos por honor, sin embargo, es la poca o nula persecución legal que ocasionan. Como bien ha explicado Obaid-Chinoy en algunas entrevistas3, hay un vacío en la ley que permite que un familiar de la víctima “perdone” al culpable y lo salve de encarar la justicia. Hay, desde 2014, un proyecto de ley en el parlamento que pretende lidiar con el asunto y asegurar castigo a los criminales. El perdón sería, entonces, obsoleto.

    La atención que obtuvieron los asesinatos por el cortometraje es increíble en comparación con un asunto de igual relevancia que acontenció hace menos de un mes, y pasó desapercibido; el desecho de un proyecto de ley sobre matrimonios infantiles que proponía, en principio, dos cosas: castigos más severos por casarse con un infante y subir la edad legal de dieciséis a dieciocho años.

    La justificación del rechazo fue que el proyecto atentaba contra los valores del Islam. El presidente del Consejo de Ideología Islámica (CII), cuerpo encargado de dar consejo legal no vinculante, afirmó que según leyes islámicas las niñas pueden casarse en cuanto muestren las primeras señales de la pubertad. Aunque el Consejo repudia la idea de una edad mínima y mantiene lo anterior como único criterio, esto significa que niñas de incluso nueve años de edad pueden contraer nupcias.

    ¿Cómo promete Sharif encargarse de los asesinatos por honor, y olvida lo sucedido con el proyecto de ley sobre matrimonios infantiles? ¿Cómo ignorar que asesinatos y casamientos surgen de la misma fuente, que están íntimamente ligados? El primer ministro conoce de sobra las propuestas que atacarían el problema de raíz, propuestas que, como el proyecto de ley sobre matrimonio infantil, no se asustan ante el salto rabioso del Consejo que las desaprueba. Los legisladores que están detrás de esto intentan restringir al CII a su función real: otorgar consejo y nada más.

    De cambiar la ley, el castigo a los honor killings sería espléndido. Sharif tendría que hacer una declaración sin mañas sobre cómo los asesinatos no son parte de la religión islámica, dar una bofetada ligera al pueblo que los practica ensimismado y se siente orgulloso por ello; de cambiar ésta, no hay que olvidar la dificultad más grande que le origina: el fundamentalismo islámico que abunda en costumbres y leyes por igual. No es sólo la débil ley la que permite asesinatos por honor, sino también los policías que deliberadamente retrasan su llegada a la escena del crimen y dejan huir al delincuente. No es sólo la débil ley la que no castiga como se debería al que se casa con niñas, sino también las familias que insisten en encontrarles esposo. Se permiten y obligan bodas a infantes, como si adultez y niñez fuesen la misma cosa, porque al final voluntad de niña y de mujer valen lo mismo.

Publicado el 2 de febrero de 2016 

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1. Estudiante de Relaciones Internacionales en el Colmex.
2. Amnesty International USA, “Culture of Discrimination: A Fact Sheet on Honor Killings”, http://goo.gl/2VBbew (archivo para descarga).
3. The Huffington Post, “How a Filmmaker is Using Movies to End Pakistan’s Honor Killings”, http://www.huffingtonpost.com/entry/sharmeen-obaid-chinoy-honor-killing-pakistan_us_56a15941e4b0d8cc10996539, consultado el 28 de enero de 2016. 

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Bienvenida al Blog de SEPEI

Bienvenida al blog de SEPEI

Estimados lectores:

Sean bienvenidos al nuevo blog del Seminario, cuyo primer texto es éste. En este espacio presentaremos entradas quincenales con el objetivo de soltar al aire reflexiones personales, más allá de nuestras citas en la sala Alfonso Reyes.

El Seminario Permanente de Estudios Internacionales (SEPEI) es sucesor del Seminario Permanente de Política Exterior de México (SEPPEM). Al igual que su antecedente, SEPEI procurará espacios para vincular opiniones de académicos y funcionarios que enriquezcan el aprendizaje de los asistentes. Sin embargo, un objetivo claro, ya evidente en las siglas, distingue el nuevo proyecto de su precursor: analizar temas de política internacional.

Los integrantes del Seminario creemos que las relaciones internacionales son una disciplina que opera de la mano de otras ciencias sociales. Pensamos que, en vez de eludir la diversidad que caracteriza este campo del conocimiento, debemos sacarle provecho. En otras palabras, aunque la pregunta “¿por qué hay guerra?” sigue siendo relevante y fundacional, el estudio contemporáneo de las relaciones internacionales ha debido ampliar o replantear sus preguntas para teorizar sobre fenómenos mundiales que carecen de coraza bélica, pero que son igualmente apremiantes.

En vista de ello, después de dos años de discutir sobre política exterior de México, creemos que es momento de incorporar a la agenda del Seminario temas que reflejan la pluralidad de las relaciones internacionales. Es necesario que miremos más allá de los intereses que guían la política exterior de nuestro país, que nos atrevamos a poner sobre la mesa temas relevantes en el sistema internacional y —quizá lo más significativo— que los pensemos desde México. De estos encuentros, estamos seguros, seguiremos aprendiendo lecciones importantes.

El cambio en la concepción del proyecto no ha sido una decisión sencilla. El desempeño del Seminario Permanente de Política Exterior de México fue exitoso desde su fundación: logró espacios de diálogo que vincularon teoría y práctica, y éstos beneficiaron a gran cantidad de asistentes durante las dos sesiones que se celebraron cada semestre. En el Seminario Permanente de Estudios Internacionales queremos seguir haciendo bien las cosas que contribuyeron a consolidar a SEPPEM, y estamos entusiasmados por el cambio. Creemos que la nueva posibilidad de temas aportará aire fresco a nuestras discusiones y nos dará oportunidad de involucrar a nuevos invitados.

Esperamos seguir contando con el mismo apoyo e interés que, como piedras angulares de este proyecto, han sido invaluables desde 2013.

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El arte de conmemorar

El arte de conmemorar

A finales de enero se conmemoraron 72 años de la liberación del campo de concentración nazi de Auschwitz-Birkenau por tropas soviéticas. Este acontecimiento dio pauta para que, el 1° de noviembre de 2005, la Asamblea General de Naciones Unidas aprobara la resolución 60/7 y estableciera el Día Internacional de Conmemoración de las Víctimas del Holocausto el 27 de enero. La rememoración de la ONU tenía por objetivo que, tanto Estados como individuos, no olvidaran las consecuencias que podrían traer el odio y la discriminación a comunidades de determinado origen étnico o con ciertas creencias religiosas [1].

            Aunado al ejemplo anterior, podemos mencionar otras fechas de conmemoración: 24 de abril, 4 de junio, 26 de septiembre, 2 de octubre o 23 de diciembre. Sin embargo, si mencionamos solamente la fecha de estos sucesos, difícilmente alguno de nosotros podría reconocer qué evento se recuerda y pasaríamos por alto el momento de reflexión que conlleva el acto de conmemorar; ocasionando que terminemos haciendo lo que justamente tratan de prevenir estas fechas: olvidar. La gran mayoría en México podría identificar el 2 de octubre por la “matanza del 68” o el 26 de septiembre por “la noche de Iguala en Ayotzinapa”: ambas fechas subyacen en la memoria colectiva de México. No obstante, un estudiante mexicano no recordaría que el 4 de junio se rememora la represión a los jóvenes chinos en la Plaza Tiananmen. De la misma manera, un ruandés no podría responder a la pregunta de qué genocidio se solemniza el 24 de abril y, por otro lado, un armenio no podría contestar cuándo fue el genocidio tutsi en Ruanda. De este pequeño ejercicio podemos obtener algunas reflexiones.

En un inicio, podemos decir que la creación de fechas o, en algunos casos, los actos de conmemoración no conducen, desafortunadamente, a la comprensión de lo que ocurrió ahí y no hacen nada para evitar futuros actos parecidos. No estoy diciendo que el hecho de recordar a una comunidad o grupo de personas de manera respetuosa no sirva; sino que muchas veces las conmemoraciones no concientizan a las personas de lo terrible que fue el hecho y las medidas necesarias para detenerlo. Conmemorar las víctimas de los genocidios no es sólo recordar su sufrimiento, sino activamente prevenir que vuelva ocurrir. Para esto, los gobiernos, las redes transnacionales de cabildeo e influencia (transnational advocay netwoks) y la comunidad internacional deberían desplegar una gran campaña que tenga como objetivo penetrar la mente de las personas y mostrar cuán horribles pueden ser los actos de odio y discriminación si no se combaten. Este tipo de estrategia fue utilizada por los fiscales norteamericanos en varias ocasiones durante los juicios de Núremberg; pedían que se proyectara una película con imágenes que habían obtenido durante los procesos de liberación de campos como en Dachau, y así poder crear conciencia en los jueces para demostrar que no sólo la élite nazi estaba implicada en estos hechos, sino que la maquinaria de matanza y extermino se había podido llevar acabo con colaboración de jueces que promulgaron sentencias, médicos que esterilizaron, administrativos que organizaron los trenes de carga, soldados que vigilaron los campos, industriales que crearon las máquinas asesinas. Por medio de estas proyecciones, se pudo lograr que los tribunales comprendieran lo que ocurrió y crearon empatía y entendimiento de lo que pasó [2]. En caso de que no hubieran pasado las imágenes, los jueces nunca podrían haber imaginado el horror de los crímenes y solamente se hubieran servido con sus abstracciones mentales.

Coincido con algunos analistas, actualmente estamos acostumbrados a vivir en la violencia. Imágenes de horror se transmiten diario por noticieros; vivimos en una cultura violenta en la que estamos en constante acercamiento. Por eso, no sorprende tanto cuando vemos que murieron tantas personas en tal lugar del mundo o que un agente del Estado mató a cierto número de individuos. Lo único que nos limitamos a decir es: “qué terrible e indignante” y acto seguido la persona apaga la televisión o cambia de canal. La empatía del observador sigue ahí, pero no busca de ninguna manera detener el suceso. Es por eso que creo que la conmemoración es importante: no sólo se debe limitar al hecho de rechazar el acto, sino de evitarlo; no es sólo aprobar resoluciones con programas sofisticados, sino crear un compromiso y fomentar que no pase de nuevo; es promover actos de reflexión profunda y no solamente mencionar la fecha en un discurso.

Además de esta nueva empatía que se crea, también puedo decir que los actos de conmemoración no tienen resonancia (resonate) entre nosotros porque, si bien hemos visto y oído muchas tragedias humanitarias—no hay que irse a la historia, en el presente vemos a muchos refugiados árabes evitar la guerra civil, el extremismo religioso y la represión de sus gobiernos—, nuestra conciencia histórica ya la ha asimilado. Es decir, no somos la generación de la Segunda Guerra Mundial que al ver las imágenes de personas quemadas, nos indignemos y salgamos a las calle para hacer verdadera presión a nuestro gobierno con el fin de que haga algo [3]. Creo que nosotros recuperamos muchas de las batallas de nuestros abuelos o padres, pero nos falta tener sus razones. Todos marchamos al ver el caso de Ayotzinapa, porque sentimos el dolor de los padres y estamos indignados por el trato de agentes del gobierno, pero ¿nuestros hijos cuando conmemoren el hecho sentirán la misma fuerza y dolor de nosotros? No lo creo; en lo que estoy convencido es que, al conmemorar este acto en unos años, nosotros debemos estar ahí para que comprendan el evento.

Todo lo anterior, ¿por qué lo escribo? Porque veo un mundo en el que los valores liberales como el derecho al trato igual, la no discriminación, el respeto de lo que el otro piensa y su derecho a decirlo, así como muchos otros, están en peligro. Temo que muchas personas que votaron por individuos que defienden el odio, la discriminación y la separación empiecen a olvidar las consecuencias que esto ocasiona: masacres, genocidios, represión. Temo que Donald Trump, Marine Le Pen, Geert Wilders, Frauke Petry, Matteo Salvini, Rodrigo Duterte, Benjamín Netanyahu, Abu Bakr al-Baghdadi construyan muros, dividan la sociedad y fomenten el odio y la muerte; lo hacen porque dulce bellum inexpertis, pero para aquellos que han vivido la guerra no creo que sea un espectáculo agradable. Por último, me angustia pensar que no podamos conmemorar, en los términos que escribí, los hechos que ya pasaron. El arte de conmemorar es un delicado equilibrio entre saber recordar y olvidar; entre aprender y corregir.

Publicado el 13 de febrero de 2017

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          *Estudiante de Relaciones Internacionales en el Colmex.  

        1. http://www.un.org/es/holocaustremembrance/res607.shtml

        2. Por supuesto que, en otros casos, únicamente se proyectaba el video para tratar de generar terror en la audiencia y condenar a los acusados.

        3. Esto ocurrió después de 1945 por medio de protestas de ciudadanos y la presión que ejercieron se observa en la promulgación de la Declaración de Derechos Humanos de 1948. 

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