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E.H. Carr, un pensador para el siglo XXI

Pintura: Dai Dudu, Li Tiezi, Zhang Anjun. 

La historiografía de Relaciones Internacionales considera que el debate entre realistas e idealistas es el mito fundacional de la disciplina. Los idealistas, partidarios de una visión normativa, proponían reformar el sistema internacional; a la inversa, los realistas privilegiaron dar cuenta de fenómenos resultantes de la lucha por el poder en el sistema internacional. Un bastión intemporal de la defensa del realismo clásico es The Twenty-Years’ Crisis 1919-1939 de E.H. Carr.

Óscar Tonatiuh Martínez Martínez

Tengo en mis manos un ejemplar de la primera edición de The Twenty-Years’ Crisis que preparó Harper Torchbooks en 1964 —aunque, desde luego, se publicó por vez primera en 1939. Sobra decir que se trata de una obra elegante: no sólo sobresale la ligereza de su prosa, plasmada cuidadosamente en garamond sobre papel ambarino, también la belleza contundente de sus argumentos críticos contra el idealismo; premisas sensatas, difíciles de encontrar en un mundo que se nutre de una ideología preponderante. Y es que The Twenty-Years’ Crisis es, precisamente, una crítica realista a las premisas fundamentales del utopismo —epíteto que enfatiza el carácter inasequible de fines idealistas. El autor encuentra en Maquiavelo al realista por antonomasia; reconoce en su pensamiento tres principios fundamentales de esta escuela teórica. El primero es que la historia puede analizarse y entenderse mediante el esfuerzo intelectual porque es, irremediablemente, una sucesión causal de eventos. La segunda proposición se relaciona con el debate sobre la normatividad de la disciplina. A diferencia de lo que opinan los utopistas, la teoría no crea la práctica, sino la práctica debe inspirar la teoría, pues el objetivo último de estudiar la política internacional es comprender, no reformar. Un tercer fundamento que encuentra Carr en Maquiavelo es que la política no se da en función de la ética, sino la ética en función de la política. Y ya que no puede haber moralidad efectiva donde no hay autoridad consolidada, sentencia Carr, la moralidad es producto del poder. El autor percibe, no obstante, una diferencia fundamental entre el realismo moderno y el de los siglos XVI y XVII. Y es que el primero incorporó gustosamente la idea del progreso en el proceso histórico. Po su lado, el idealismo también lo hizo, pero la insistencia en un estándar ético absoluto conllevó a la rigidez de sus propuestas, mientras que el realismo, carente de un “ancla de esperanza” consiguió ser más dinámico y relativista.

      La “relatividad del pensamiento” es una idea fundamental de la detracción de Carr. El autor sostiene que las teorías intelectuales y estándares éticos del utopismo, lejos de ser expresión de principios absolutos, están restringidos por un velo cultural e histórico y, por tanto, son consecuencia de circunstancias e intereses. Además de ser relativo, dice Carr, el pensamiento es pragmático y tiene dirección, pues está encaminado a la búsqueda de objetivos particulares, a la realización de propósitos. Este concepto teórico es el arma que usa Carr en contra de la teoría del bien universal, aquella que, por ejemplo, abanderó la empresa inglesa de laissez-faire en el resto del mundo a fines del siglo XIX. Ésta se sustentó en el convencimiento franco e inquebrantable de que el libre comercio, promotor de la bonanza británica, igualmente promovería la prosperidad del mundo. Comerciantes británicos argumentaron que los países proteccionistas no sólo dañaban egoístamente la prosperidad mundial, también perjudicaban estúpidamente su propio interés y, en consecuencia, su comportamiento era inmoral. “Fue claro, a los ojos de Inglaterra, que el comercio internacional era uno solo: o florecía o se hundía en su conjunto”. La teoría de la armonía de intereses explica cómo los miembros dominantes en una comunidad tienden a identificar sus intereses personales con aquellos de la comunidad entera. Es por ello que, cuando algún miembro toma decisiones que contravienen los beneficios, no solamente es castigado y silenciado de inmediato, sino que, en última instancia, dado que es miembro de esa comunidad, se lo acusa de actuar en contra de sus intereses personales más fundamentales. Sirva una sola frase como síntesis: “It is a familiar tactic of the privileged to throw moral discredit on the under-privileged by depicting them as disturbers of peace“.

      El estado de paz, apunta el autor, es también reflejo de un estatus quo del cual algunos se benefician. En la antesala de la Segunda guerra, Carr pensaba que los argumentos a favor de la solidaridad internacional y la unión del mundo como un todo vienen de las naciones dominantes que pueden esperar el ejercicio de su dominio sobre un mundo unificado. Ante las opiniones de que la paz y cooperación entre naciones es un fin común y universal, y que hay un interés común en el mantenimiento del orden, Carr propone no considerarlas principios absolutos, sino “reflexiones inconscientes de políticas nacionales, basadas en una interpretación particular del interés nacional en un momento particular”. El realismo, ciertamente, tiene también limitaciones serias; —que el mismo Carr reconoció en el apartado The Limitations of Realism— sin embargo, considera que la falta del utopismo es mucho más grave. “La bancarrota del utopismo no reside en su imposibilidad de vivir a la altura de sus principios, sino en la exposición de su inhabilidad de proveer cualquier estándar absoluto y desinteresado para la conducción de las relaciones internacionales”.

      Después de los ataques a París en noviembre pasado, François Hollande —Liberté, Égalité, Fraternité— organizó, no sin cierta tolerancia percibida de la comunidad internacional, un contraataque brutal hacia Siria. La respuesta francesa seguramente generó gran resentimiento en ciertos sectores de la población, cuya magnitud aún no alcanzamos a medir, pero seguramente pronto se hará manifiesta. Sobran ejemplos contemporáneos de situaciones que evidencian la discordancia de valores e intereses en un mundo cuya distribución del poder es asimétrica. Tendremos que pensar más en Carr en los años por venir, después de todo, dedicó su libro a los creadores de la paz futura.

Publicado el 1 de marzo de 2016 

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          Estudiante de Relaciones Internacionales en el Colmex.