El arte de conmemorar
A finales de enero se conmemoraron 72 años de la liberación del campo de concentración nazi de Auschwitz-Birkenau por tropas soviéticas. Este acontecimiento dio pauta para que, el 1° de noviembre de 2005, la Asamblea General de Naciones Unidas aprobara la resolución 60/7 y estableciera el Día Internacional de Conmemoración de las Víctimas del Holocausto el 27 de enero. La rememoración de la ONU tenía por objetivo que, tanto Estados como individuos, no olvidaran las consecuencias que podrían traer el odio y la discriminación a comunidades de determinado origen étnico o con ciertas creencias religiosas [1].
Aunado al ejemplo anterior, podemos mencionar otras fechas de conmemoración: 24 de abril, 4 de junio, 26 de septiembre, 2 de octubre o 23 de diciembre. Sin embargo, si mencionamos solamente la fecha de estos sucesos, difícilmente alguno de nosotros podría reconocer qué evento se recuerda y pasaríamos por alto el momento de reflexión que conlleva el acto de conmemorar; ocasionando que terminemos haciendo lo que justamente tratan de prevenir estas fechas: olvidar. La gran mayoría en México podría identificar el 2 de octubre por la “matanza del 68” o el 26 de septiembre por “la noche de Iguala en Ayotzinapa”: ambas fechas subyacen en la memoria colectiva de México. No obstante, un estudiante mexicano no recordaría que el 4 de junio se rememora la represión a los jóvenes chinos en la Plaza Tiananmen. De la misma manera, un ruandés no podría responder a la pregunta de qué genocidio se solemniza el 24 de abril y, por otro lado, un armenio no podría contestar cuándo fue el genocidio tutsi en Ruanda. De este pequeño ejercicio podemos obtener algunas reflexiones.
En un inicio, podemos decir que la creación de fechas o, en algunos casos, los actos de conmemoración no conducen, desafortunadamente, a la comprensión de lo que ocurrió ahí y no hacen nada para evitar futuros actos parecidos. No estoy diciendo que el hecho de recordar a una comunidad o grupo de personas de manera respetuosa no sirva; sino que muchas veces las conmemoraciones no concientizan a las personas de lo terrible que fue el hecho y las medidas necesarias para detenerlo. Conmemorar las víctimas de los genocidios no es sólo recordar su sufrimiento, sino activamente prevenir que vuelva ocurrir. Para esto, los gobiernos, las redes transnacionales de cabildeo e influencia (transnational advocay netwoks) y la comunidad internacional deberían desplegar una gran campaña que tenga como objetivo penetrar la mente de las personas y mostrar cuán horribles pueden ser los actos de odio y discriminación si no se combaten. Este tipo de estrategia fue utilizada por los fiscales norteamericanos en varias ocasiones durante los juicios de Núremberg; pedían que se proyectara una película con imágenes que habían obtenido durante los procesos de liberación de campos como en Dachau, y así poder crear conciencia en los jueces para demostrar que no sólo la élite nazi estaba implicada en estos hechos, sino que la maquinaria de matanza y extermino se había podido llevar acabo con colaboración de jueces que promulgaron sentencias, médicos que esterilizaron, administrativos que organizaron los trenes de carga, soldados que vigilaron los campos, industriales que crearon las máquinas asesinas. Por medio de estas proyecciones, se pudo lograr que los tribunales comprendieran lo que ocurrió y crearon empatía y entendimiento de lo que pasó [2]. En caso de que no hubieran pasado las imágenes, los jueces nunca podrían haber imaginado el horror de los crímenes y solamente se hubieran servido con sus abstracciones mentales.
Coincido con algunos analistas, actualmente estamos acostumbrados a vivir en la violencia. Imágenes de horror se transmiten diario por noticieros; vivimos en una cultura violenta en la que estamos en constante acercamiento. Por eso, no sorprende tanto cuando vemos que murieron tantas personas en tal lugar del mundo o que un agente del Estado mató a cierto número de individuos. Lo único que nos limitamos a decir es: “qué terrible e indignante” y acto seguido la persona apaga la televisión o cambia de canal. La empatía del observador sigue ahí, pero no busca de ninguna manera detener el suceso. Es por eso que creo que la conmemoración es importante: no sólo se debe limitar al hecho de rechazar el acto, sino de evitarlo; no es sólo aprobar resoluciones con programas sofisticados, sino crear un compromiso y fomentar que no pase de nuevo; es promover actos de reflexión profunda y no solamente mencionar la fecha en un discurso.
Además de esta nueva empatía que se crea, también puedo decir que los actos de conmemoración no tienen resonancia (resonate) entre nosotros porque, si bien hemos visto y oído muchas tragedias humanitarias—no hay que irse a la historia, en el presente vemos a muchos refugiados árabes evitar la guerra civil, el extremismo religioso y la represión de sus gobiernos—, nuestra conciencia histórica ya la ha asimilado. Es decir, no somos la generación de la Segunda Guerra Mundial que al ver las imágenes de personas quemadas, nos indignemos y salgamos a las calle para hacer verdadera presión a nuestro gobierno con el fin de que haga algo [3]. Creo que nosotros recuperamos muchas de las batallas de nuestros abuelos o padres, pero nos falta tener sus razones. Todos marchamos al ver el caso de Ayotzinapa, porque sentimos el dolor de los padres y estamos indignados por el trato de agentes del gobierno, pero ¿nuestros hijos cuando conmemoren el hecho sentirán la misma fuerza y dolor de nosotros? No lo creo; en lo que estoy convencido es que, al conmemorar este acto en unos años, nosotros debemos estar ahí para que comprendan el evento.
Todo lo anterior, ¿por qué lo escribo? Porque veo un mundo en el que los valores liberales como el derecho al trato igual, la no discriminación, el respeto de lo que el otro piensa y su derecho a decirlo, así como muchos otros, están en peligro. Temo que muchas personas que votaron por individuos que defienden el odio, la discriminación y la separación empiecen a olvidar las consecuencias que esto ocasiona: masacres, genocidios, represión. Temo que Donald Trump, Marine Le Pen, Geert Wilders, Frauke Petry, Matteo Salvini, Rodrigo Duterte, Benjamín Netanyahu, Abu Bakr al-Baghdadi construyan muros, dividan la sociedad y fomenten el odio y la muerte; lo hacen porque dulce bellum inexpertis, pero para aquellos que han vivido la guerra no creo que sea un espectáculo agradable. Por último, me angustia pensar que no podamos conmemorar, en los términos que escribí, los hechos que ya pasaron. El arte de conmemorar es un delicado equilibrio entre saber recordar y olvidar; entre aprender y corregir.
Publicado el 13 de febrero de 2017
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*Estudiante de Relaciones Internacionales en el Colmex.
1. http://www.un.org/es/holocaustremembrance/res607.shtml
2. Por supuesto que, en otros casos, únicamente se proyectaba el video para tratar de generar terror en la audiencia y condenar a los acusados.
3. Esto ocurrió después de 1945 por medio de protestas de ciudadanos y la presión que ejercieron se observa en la promulgación de la Declaración de Derechos Humanos de 1948.
