Por una lucha climática decolonial: (re)enmarcando la justicia
Por: Mónica Alexa Beristain Zapata
En 2020 se registró el asesinato de 227 activistas ambientales en 21 países, de los cuales casi tres cuartos sucedieron en América Latina, con 30 asesinatos reportados para México. Resalta el hecho de que la mayoría de las personas asesinadas se oponían a algún proyecto desarrollista; cinco de siete asesinatos fueron de indígenas. Esta situación es la encarnación del sistema capitalista occidental imponiéndose sobre los que no encajan en su marco antropocéntrico. No obstante, la represión de activistas no es la raíz del problema, sino un síntoma de una enmarcación de la justicia que se centra en los valores e intereses del capitalismo global.
Sobre esta cuestión, surge la pregunta de por qué es necesaria una (re)enmarcación metapolítica de la justicia para lograr una justicia climática decolonial. Este ensayo sostiene que esta reenmarcación es necesaria para fomentar la coexistencia de una pluralidad de ontologías sobre la Tierra. Esto con el objetivo de construir herramientas alternas al sistema capitalista que prioricen el equilibrio ecológico antes que la producción desenfrenada. Este tema es fundamental para reconocer y respetar la pluralidad de ontologías y, en el proceso, construir una justicia climática que se preocupe por el bienestar de todxs.
En el contexto del Estado territorial, el ejercicio de (re)pensar la justicia se había localizado dentro del marco keynesiano-westfaliano. Este se dividía en “dos grandes familias de reivindicaciones de justicia: las de redistribución socioeconómica y las de reconocimiento jurídico o cultural”. Sin embargo, Nancy Fraser propuso replantear la teoría de la justicia como un proceso tridimensional; “incorporando la dimensión política de la representación”.
Esta nueva estructuración de la teoría de la justicia implica que un individuo o un colectivo pueden sufrir injusticias por falta de representación (a secas) y por falta de representación metapolítica. La primera sucede cuando las normas de decisión política niegan a algunas personas la participación en la interacción social. Por su parte, la segunda implica la exclusión del proceso de deliberación sobre el quién, es decir, la exclusión del cómo de la justicia.
Ahora bien, esta falta de representación metapolítica es importante porque permite que los Estados, las transnacionales y todo aquello derivado de la euromodernidad monopolice “la actividad del establecimiento de marcos, negando voz a quienes puedan ser perjudicados en el proceso y bloqueando la creación de foros democráticos en los que estos últimos puedan examinar y plantear sus reivindicaciones”. Este es el caso de la lucha climática en la que el capitalismo verde y el activismo de ONG’s apuestan por una asimilación de la crisis ecológica al sistema de producción capitalista dentro del marco del Estado nación. Simultáneamente, la euromodernidad silencia otros saberes que no encajan en su marco “capitalista, racionalista, liberal, secular, patriarcal, blanc[o]” mediante la invalidación ontológica y la represión de activistas climáticos del Sur Global.
Siguiendo el hilo de ideas, los pueblos-territorios indígenas y del Sur Global están —y siempre han estado— en la vanguardia de la lucha climática. Sin embargo, su lucha es radicalmente diferente a la liderada por los Estados y las transnacionales (que se autodenominan) eco-conscientes. Los saberes generados por estas luchas territoriales “están particularmente sintonizados con las necesidades de la Tierra” porque quienes los producen “sentipiensan con la Tierra; apuntan hacia aquel momento en que los seres humanos y el planeta podrán finalmente coexistir de manera recíprocamente enriquecedora”. Entonces, las Epistemologías del Sur (ES) y sus reflexiones sobre la crisis del clima pertenecen a un marco diametralmente diferente al euromoderno.
Dicho esto, las diferencias conceptuales están presentes desde la percepción que se tiene de la Tierra y el lugar que tiene el humano en ella, hasta las políticas que se deben de implementar para frenar la crisis climática. Por un lado, la conservación neoliberal redujo la naturaleza a valores comerciales, apelando a que la única manera de preservarla era asignándole un valor económico. A su vez, para el Estado capitalista el desarrollo sostenible —la panacea occidental— “significa convertir una crisis ecológica en un mercado de recursos escasos”. Así pues, con la euromodernidad la naturaleza dejó de ser un límite y se convirtió en un obstáculo que podíamos —y debíamos— superar.
Por otro lado, dentro de las ontologías relacionales de los pueblos-territorio del Sur, “los seres no ocupan el mundo, sino que lo habitan, y al ir entrelazando sus propios caminos a través de la malla contribuyen al tejido en constante evolución”. Es decir, que reconocen la posición del humano como un habitante más de la Tierra, por lo que su relación con esta y los demás concubinos, debe ser de reciprocidad y respeto. De esta forma, las ES proponen estrategias alternas a las que ofrecen soluciones antropocéntricas. Prueba de este cambio de marco impulsado por la euromodernidad es que la palabra recurso, en un principio, sugería reciprocidad y regeneración;
procede del latín surgere, que evocaba […] la idea de que la tierra otorga sus dones a los humanos, a los que, a su vez, les conviene ser diligentes para no sofocar esa generosidad.
Con llegada la industrialización y la globalización, “el significado de recursos pasó a ser «materias primas para la industria»”. La racionalidad occidental y sus dualismos cultura/naturaleza llegaron a despojar de su agencia a estos otros mundos no dualistas en la construcción y búsqueda de una justicia ambiental no antropocéntrica.
Ahora bien, Fraser establece la existencia de dos enfoques para la modificación del concepto de justicia: el primero lo denomina una política de enmarcamiento afirmativa y el segundo lo llama enfoque transformador. El objetivo de este último enfoque es cambiar los límites del quién de la justicia y, sobre todo, cambiar el modo de constituirlos. La autora propone que los agentes que defienden el enfoque transformador, al afirmar “su derecho a participar en la constitución del «quién» de la justicia, están simultáneamente transformando el «cómo», [es decir] los procedimientos aceptados para determinar el «quién»”. De esta forma, Fraser plantea que es necesario democratizar las instituciones para enmarcar el quién, es decir, plantea que “las luchas por la justicia en un mundo de globalización no pueden prosperar a no ser que vayan de la mano de las luchas por la democracia metapolítica”.
Análogamente, las Epistemologías del Sur proponen una solución similar a la falta de representación metapolítica. Lo que Fraser llama teoría de la justicia democrática poswesfaliana, no puede pensarse desde los esquemas dualistas y elitistas keynesianos-wesfalianos, pero sí desde lo que las ES denominan el pluriverso. El pluriverso es una forma de resistencia ontológica; “un mundo donde quepan muchos mundos”. Específicamente, es una forma de resistencia a “una ontología específica, aquella del mundo universal de individuos y mercados (el Mundo Mundial) que intenta transformar todos los otros mundos en uno solo”. Así pues, en teoría, en un pluriverso, formas diversas de entender y atender la crisis climática pueden coexistir. Más aún, diversas formas de entender la vida, el mundo, la Tierra y la condición humana pueden retroalimentarse desde un respeto y reconocimiento mutuo.
En suma, este ensayo demostró que es necesario replantear la justicia en el plano metapolítico para reconocer y respetar las ontologías relacionales, y de esta forma, abrir diversos frentes en la lucha por la justicia climática. Claramente, este trabajo es apenas un grano de arena en la amplia labor que implica crear una justicia ambiental decolonial. Sin embargo, se debe comenzar por respetar la vida y la dignidad de las y lxs activistas ambientales, para después poder tener conversaciones epistemológicas que lleven a reconocer y respetar la dignidad de la Tierra y de todxs lxs que la habitamos. Recordemos que un ambientalismo sin lucha de clases —y sin una (re)enmarcación y democratización de la justicia— es solo jardinería.
Referencias
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Durand, Leticia. “¿Todos ganan? Neoliberalismo, naturaleza y conservación en México”. Sociológica, vol. 29, núm. 82 (2014): 183-223.
Escobar, Arturo. “Sentipensar con la Tierra: Las Luchas Territoriales y la Dimensión Ontológica de las Epistemologías del Sur”. Revista de Antropología Iberoamericana, vol. 11, núm. 1 (enero-abril 2016): 11-32.
Fraser, Nancy. “Replantear la justicia en un mundo en proceso de globalización”. Capítulo IX en Fortunas del feminismo. Quito, Ecuador: Traficantes de Sueños, 2015.
Ruiz-Healy, Eduardo. “Registran 227 activistas ambientales asesinados en 2020; 30 en México”. El Economista, Sec. Opinión, 14 de septiembre de 2021, https://www.eleconomista.com.mx/opinion/Registran-227-activistas-ambientales-asesinados-en-2020-30-en-Mexico-20210914-0004.html.
Shiva, Vandana. “El mundo en el límite”. En En el límite: la vida en el capitalismo global, eds. Will Hutton y Anthony Giddens, 163-186. España: Tusquets, 2001.