La ciencia en México: un sueño de autonomía

El 17 de febrero se conmemora en México el día del inventor. Se instauró en memoria del ingeniero Guillermo González Camarena, creador de la televisión a color. Sin embargo, recordarlo únicamente por eso equivale a un homenaje gris. Frecuentemente, son olvidados sus esfuerzos por la educación -como precursor de la telesecundaria- y en favor de la protección del medio ambiente y los ajolotes.[1] González Camarena fue más que un empresario; él creía en el propósito social de la ciencia. En la actualidad, México tiene el compromiso de promover el acceso a la ciencia y tecnología como un derecho humano,[2] por lo cual reflexionar sobre los retos de la política en ciencia, tecnología e innovación (PCTI) en nuestro país sería un tributo digno al legado del ingeniero.
En este texto se presentarán dos niveles para explorar los retos de la PCTI. Primero, las características estructurales del intercambio comercial señaladas por la teoría de la dependencia. Éstas están enmarcadas en el anhelo de autonomía, y también explican tendencias estructurales como la fuga de cerebros. Y segundo, la paradoja de la ciencia: la cual consiste en que todos los actores políticos coinciden en que la Ciencia Tecnología e Innovación (CTI) son necesarias para el país, aunque mantienen un rechazo por considerarlas suntuarias –o bien, las consideran poco rentables en términos electorales–, de tal forma que la CTI termina como un simple lugar común de la oratoria política.
La estructura: una realidad de dependencia
Para algunos, el asunto de la desigualdad es sencillo: todas las personas son diferentes, por lo tanto, producen riqueza de forma diferenciada, luego, se legitiman las desigualdades entre ricos y pobres como naturales. Esta lógica conduce a la legitimación de la desigualdad entre países. La teoría de la dependencia (TD) desarma con elegancia el argumento anterior, pues demuestra que no todos los países tuvieron un comienzo común ni mucho menos realizan el proceso productivo bajo las mismas condiciones. La necesidad de una política en CTI radica en dichas desigualdades.
La TD explica que existen desigualdades económicas estructurales en función de la división internacional del trabajo. Las relaciones económicas internacionales dirigidas hacia Latinoamérica se han enfocado desde el siglo XVI a la extracción de recursos naturales para exportarse a países del Centro (industrializados). Por esta razón, América Latina no avanzó en materia científica. La dependencia incentivó durante el siglo XX la elaboración de políticas orientadas al desarrollo de condiciones propicias para la autonomía o independencia tecnológica. Las metas no se alcanzaron y las medidas se abortaron por la inestabilidad política[3] y ascenso del modelo neoliberal. No obstante, las relaciones desiguales se mantienen, por ejemplo, en la poca diversificación de las exportaciones de la región en los últimos treinta años, pues siguen siendo mayormente recursos naturales y manufacturas.[4]
Si bien es cierto que muchos postulados de la TD pasaron a ser obsoletos[5] es posible rescatar conceptos para entender la PCIT en México. De hecho, las escuelas herederas[6] de la TD se mantienen vigentes como neo-dependentistas. Algunas incorporaron elementos de teorías de la innovación desarrolladas en los países nórdicos. Este contacto introdujo conceptos como las capacidades científicas y tecnológicas, los circuitos tecnológicos, los sistemas nacionales de CTI, entre muchos otros. El concepto de capacidades científicas y tecnológicas (CCyT) es la clave para alcanzar la autonomía. Dicho concepto se refiere al gasto e infraestructura con el que cuentan los países para desarrollar productos científicos, así como a la capacidad de mejorar y generar nuevas tecnologías, por lo que implica formar capital humano dedicado a las tareas científicas.[7]
En la actualidad, las capacidades científicas y tecnológicas desiguales se aprecian en la producción de la vacuna contra la COVID-19 y en la fuga de cerebros. No es fortuito que las vacunas de COVID-19 sean patentadas por países desarrollados puesto que poseen capacidades científicas y tecnológicas que los países latinoamericanos no tienen. Los retos de la adaptación climática y de la seguridad alimentaria[DLOC4] requieren una gran capacidad tecnológica que responda a las necesidades de este siglo. Uno debe preguntarse: ¿México sigue dependiendo del exterior?
El gran problema de la fuga de cerebros es multifactorial, pero ininteligible sin las desigualdades de intercambio. Primero, porque es en los países del Centro donde se encuentran las instituciones de investigación más avanzadas; es decir, son los principales destinos de formación de posgrados. Segundo, ante la falta de oportunidades para desarrollar su actividad científica en México, los alumnos suelen quedarse en los países donde estudiaron, pues los países del Centro tienen estrategias de atracción de profesionistas que muchos autores llaman “la guerra de cerebros”. Los países del Centro se interesan por la inmigración calificada para cumplir con sus metas de CCyT.[8] La principal consecuencia es que México se queda sin cuadros para realizar investigación, lo cual, a su vez, disminuye sus capacidades científicas.
El reto de la PCTI en México es hacer frente a la dependencia estructural que existe hacia el Centro. Aunque la estructura sea importante para explicar las características actuales del desarrollo de la PCTI, el camino a la autonomía es asible mediante la acción estatal. Para tal efecto, la agencia –es decir, las personas que pueden ejercer influencia en el sistema político, económico y social–[ es el segundo nivel de complejidad de una PCTI.
La agencia: la política en acción
El desarrollo en CTI es un objetivo a largo plazo porque las CCyT no se logran en un sexenio: requieren una planeación y más tiempo para consolidarse. La autonomía no es una forma estática, sino que es dinámica, porque se debe mantener. Así, es fundamental que la PCTI madure, más que busque resultados inmediatos.[9] Estos ideales atraviesan el tiempo y las afiliaciones partidistas, porque, al menos en principio, todos están de acuerdo en los beneficios de la CyT a largo plazo. Ese elemento de deseabilidad universal caracteriza a la ciencia y la cultura, lo que las hace posibles lugares comunes del discurso político.
El primer presidente que hizo alusión a la ciencia y la tecnología y, de hecho, tradujo sus ideas en acciones, fue el presidente Lázaro Cárdenas. Si bien la institución que creó fue efímera,[10] sus intenciones marcaron el inicio de una incorporación de la ciencia al discurso político. Cárdenas consideraba que la ciencia, al igual que la educación, debía trascender la generación de conocimiento y ponerse al servicio de las necesidades económicas y sociales del país.[11] Esta dinámica en la cual la CTI dependían de presidencia se mantuvo durante los sexenios siguientes, hasta la presidencia de Echeverría con la consolidación de una PCTI gracias a la creación del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT) en 1972. Aunque hay debate en torno a si para el gobierno de Echeverría la ciencia era el núcleo del desarrollo económico y social,[12] lo importante es la institucionalización de la PCTI en México, con un gasto destinado ex profeso y el inicio de un foro entre políticos y científicos.
En los hechos, la historia demuestra que la ciencia y tecnología no ha sido prioridad en el país. La inversión en CyT se ha mantenido entre el 0.2 y 0.3% del PIB en los últimos diez años, por lo que nunca se ha cumplido lo estipulado por la ley como la inversión mínima del 1% del PIB en CyT.[13] ¿Cómo se explica que, durante las épocas de crisis posteriores a Echeverría, se haya recortado drásticamente el presupuesto a ciencia y tecnología cuando era considerado el alma del desarrollo económico y social del país?
Para responder estas preguntas, existen dos hipótesis. Primero, porque los políticos podrían pensar que la ciencia es muy cara y con frutos muy tardados. Es decir que los científicos estarían preocupados porque los políticos vean a la ciencia como algo lucrativo y no como un instrumento de bienestar.[14] Segundo, los políticos podrían no considerar a la ciencia como un área digna de inversión, ya que sus frutos tardan muchos años en ser recogidos. Esto hace poco atractiva a la ciencia puesto que se tiende a buscar proyectos que maduren en un tiempo electoral, para que los logros puedan ser explotados en campaña y se traduzcan en votos. Sin importar el caso, el componente político no debe rebasar al componente técnico de la política pública.[15]
Reflexión final
Los retos para la PCTI son muchos y específicos. La breve revisión que se presentó en este texto tuvo como finalidad exponer los dos niveles de retos para una formulación exitosa de PCTI; es decir, desde la perspectiva estructural y de agencia. Muchas preguntas pueden surgir de este textos: ¿por qué las políticas de CONACYT son ineficientes en su objetivo de reducir la dependencia estructural? ¿Cuál es el papel de la cooperación en la búsqueda de la autonomía científica? ¿Cómo consolidar una política de Estado en CyT? Si los planes de desarrollo no se comprometen a la consecución de CCyT ni colocan entre sus principales objetivos la necesidad de la autonomía científica, difícilmente la CTI será, como es el legado del ingeniero González Camarena, un instrumento comprometido con la labor social.
[1] Carlos Chimal, “Guillermo González Camarena, inventor de tiempo completo,” Letras Libres, https://bit.ly/3qncSRI
[2] Aunque el proyecto de Ley de Ciencia y Tecnología de 2019 no lo contempla, México tiene la obligación de reconocer el derecho al gozo y participación en la ciencia de acuerdo con los Pactos Internacionales de 1966. Julia Tagüeña, “La ciencia como un derecho humano,” Letras Libres, https://bit.ly/2ZjqC42
[3] Helio Jaguaribe, “Por qué no se ha desarrollado la ciencia en América Latina.” En Jorge Sábato (Comp). El pensamiento latinoamericano en la problemática ciencia-tecnología-desarrollo-dependencia, (Buenos Aires: Ediciones Biblioteca Nacional, 2011), p. 106.
[4] Juan Antonio Ocampo, La historia y los retos del desarrollo latinoamericano. (Montevideo: ILPES-CEPAL. 2012), p. 27.
[5] Vid. Alejandro Portes, El Neoliberalismo y la Sociología del Desarrollo: Tendencias Emergentes y Efectos Inesperados. Perfiles Latinoamericanos. 13, (1988), pp. 9-53.
[6] Matías Vernengo, Technology, Finance, and Dependency: Latin American Radical Political Economy in Retrospect. Review of Radical Political Economics, Vol. 38, No. 4, (2006), p. 558.
[7] Gustavo Lugones, Patricia Gutti, y Néstor Le Clech, Indicadores de capacidades tecnológicas en América Latina, Unidad de Comercio Industrial e Industria de la CEPAL, Serie Estudios y Perspectivas No. 89, (2007), LC/MEX/L.810, pp. 11-13.
[8] Vid. Camelia Tigau, Riesgos de la fuga de cerebros en México: construcción mediática, posturas gubernamentales y expectativas de los migrantes. (México: CISAN-UNAM, 2013); Roberto Peña, “La Unión Europea y la Tarjeta Azul: ¿Fuga de cerebros disfrazada?” en Ileana Cid, Beatriz Pérez y Cuauhtémoc Pérez, (Coords). Las políticas de migración de la Unión Europea. (México: FCPyS-UNAM, 2012), pp.127-146.
[9] Gustavo Bayer, “Autonomía nacional y política científica y tecnológica,” en Jorge Sábato (Comp.). El pensamiento latinoamericano en la problemática ciencia-tecnología-desarrollo-dependencia, (Buenos Aires: Ediciones Biblioteca Nacional, 2011), p. 133.
[10] Rosalba Casas, Juan Manuel Corona, Marco Jaso, Construyendo el Diálogo entre los actores del sistema de ciencia, tecnología e innovación. (México: Foro Consultivo Científico y Tecnológico A.C., 2013), p. 26.
[11] Ibid., 23.
[12] Ibid., 69.
[13] Ignacio Ruelas, “Gasto público en ciencia y tecnología en México ¿por qué, cómo y para qué?” Nexos. https://bit.ly/3dhYGG8
[14] Vid. Miguel Wionczek, “¿Es viable una política de ciencia y tecnología en México? Foro Internacional. Vol. XXI, 81, (1980), pp. 1-23.
[15] Enrique V. Iglesias, “El papel del Estado y de los paradigmas en América Latina,” Revista de la CEPAL, 90, (2006), p. 14.