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La crisis de refugiados ucranianos: La solidaridad europea y futuras crisis migratorias

María José Padilla Soberón

Si existe una frase que puede resumir el discurso del Estado de la Unión que pronunció la presidenta de la Comisión Europea el pasado 14 de septiembre, sería esta: “A medida que observamos el estado actual del mundo, a menudo puede parecer que se está desvaneciendo lo que alguna vez pareció tan permanente”. La aseveración no es exagerada. La pandemia, la invasión rusa de Ucrania y las presiones inflacionarias pintan un panorama que hace algunos años parecía imposible. Como es natural, la Unión Europea no ha sido inmune a estas amenazas. Quizá debido a la cercanía geográfica y a la historia misma de la fundación de la Unión Europea, el discurso de Von der Leyen se concentró especialmente en la invasión de Ucrania y, por unos minutos, en uno de los temas más urgentes respecto a la invasión: el de los refugiados ucranianos.

            La migración y el refugio son dos de los temas más controvertidos y complicados dentro del proceso de la integración europea. Generalmente, para los Estados es difícil generar consenso con respecto a las políticas que la Unión Europea debería adoptar para manejar los flujos migratorios. Sobre esto, sin embargo, la crisis de refugiados desatada por la invasión de Ucrania parece ser una excepción. En los últimos meses, Europa ha mostrado sorprendente solidaridad y unidad frente a lo que el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados ha llamado “la mayor crisis de refugiados de Europa de este siglo”. De manera unánime, el Consejo Europeo aceptó la implementación de un mecanismo de emergencia que permite agilizar la recepción de un gran número de refugiados ucranianos al mismo tiempo y garantizar su protección. Incluso algunos países que han sido especialmente vocales con respecto a sus políticas antimigrantes –como Hungría, Polonia y Eslovaquia– han sido quienes han recibido a más migrantes y refugiados.

            La excepcional conducta de la UE frente a los refugiados ucranianos puede explicar por qué Von der Leyen propuso utilizar el mecanismo de emergencia como un mapa para diseñar una respuesta igual de efectiva frente a otras crisis migratorias. La presidenta de la Comisión busca hacer de la excepción la regla. Esta idea, aunque idealista y deseable, es poco sostenible y viable. El reciente plan para refugiados ucranianos no puede servir como guía para el manejo de crisis migratorias futuras porque este no lidia con los problemas centrales que han limitado y vulnerado la discusión del tema dentro de la Unión Europea.

            Usualmente, los políticos y Estados que rechazan la entrada de migrantes y refugiados a Europa utilizan cuatro argumentos básicos: la erosión de la identidad europea producto de la inclusión de diferentes nacionalidades; la carga desproporcionada sobre países con fronteras exteriores y sobre países con sistemas sociales fuertes; las consecuencias de la migración en la economía (particularmente en los empleos), y el peligro que supone para la libre movilidad dentro del Espacio Schengen. A lo largo de todas las discusiones sobre política migratoria dentro de la Unión Europea, es común encontrar uno o varios de estos argumentos como evidencia de que es necesario frenar los flujos migratorios hacia el continente.

Cuando se discute el tema de los refugiados ucranianos, el panorama es distinto. Para empezar, el argumento de la erosión de la identidad europea no es un punto de conflicto. Las razones son evidentes: la primera es que la mayoría de la población de Ucrania es blanca, y la segunda es que aproximadamente 84 % de la población es cristiana. Estos elementos no son triviales cuando la mayoría de los refugiados que se consideran indeseables no comparten estas características. Bajo estos ideales –que quizá rayan en lo racista–, es poco probable que la erosión de la identidad europea se denuncie como un problema frente al gran flujo de refugiados ucranianos.

Sin embargo, no es posible decir que la crisis de refugiados de Ucrania está libre de los otros argumentos tradicionales en contra de la migración. La carga desproporcionada sobre países con fronteras exteriores se ha manifestado de manera particular en los últimos meses. Polonia, Hungría y Eslovaquia, países que no necesariamente son reconocidos por sus intenciones promigración, son quienes más refugiados han recibido hasta ahora. En tan solo unos meses, la población de Varsovia ha aumentado en 15 %, y, en Hungría, han llegado cerca de un millón trescientos mil refugiados, lo que equivale al 13 % de su población. La Unión Europea preparó un fondo que estima que cubrirá hasta 17 mil millones de euros para cubrir los gastos que implica acoger refugiados. El fondo suena más que generoso, pero esto no ha impedido que los países que han acogido refugiados pidan aún más. Hace unas semanas, Polonia declaró que necesitaban más fondos inmediatamente porque sus ciudades estaban sobrepasadas. Los fondos que la Unión Europea ha asignado parecen no ser suficientes para aliviar la carga de los receptores de refugiados. Lo cierto es que, aunque la Unión Europea decida asignar aún más fondos, si la percepción de los Estados que reciben refugiados sigue siendo la de que la carga es superior a lo que pueden recibir, el proceso se erosionará rápidamente.

Más aún, las presiones inflacionarias, así como el desempleo, podrían elevar los costos económicos y políticos de acoger refugiados. A la larga, la presión sobre países receptores parece que puede seguir siendo la misma que en otras crisis, más allá de lo que los discursos puedan señalar. A este problema habría que sumarle que los países en el norte europeo, que generalmente tienen sistemas sociales más fuertes, son propensos a recibir más refugiados que buscan residencia permanente allí. La creciente movilidad hacia países del norte y la carga desproporcionada subsecuente sobre los Estados puede traer otro tipo de problemas para la Unión Europea; por ejemplo: partidos políticos euroescépticos y con políticas antimigratorias.

            Subyacentes a los problemas recién señalados, los salarios generalmente caen –al menos en el corto plazo– cuando llega más mano de obra. Si esta tendencia empezara a marcarse con los refugiados ucranianos, los gobiernos podrían enfrentarse a problemas con sus conciudadanos: su calidad de vida se vería reducida drásticamente. Similar al problema anterior, esto podría desacreditar muchos de los esfuerzos de la Unión Europea en sus intentos de aliviar la crisis migratoria y de consolidar una política de empleo estable.  

            La Unión Europea debe considerar que, para resolver sus problemas respecto a la discusión de migración y asilo, no es suficiente contar con solidaridad europea y voluntad política. El refugio y la migración son problemas reales, que merecen medidas justas y cuidadosamente calibradas para poder garantizar el cumplimiento de los derechos humanos de todos los involucrados. Aunque, sin lugar a duda, resulta conmovedor ver el despliegue de la solidaridad europea en el marco de la invasión de Ucrania, aspirar a que las decisiones tomadas para acoger a los migrantes ucranianos se conviertan en una hoja de ruta para las siguientes crisis migratorias es ilusorio. La recepción de refugiados ucranianos no elimina los problemas que la UE siempre ha enfrentado cuando se trata de temas migratorios. La respuesta hacia la tragedia de Ucrania es excepcional, por un lado, y deficiente, por otro. Es compresible que, en el estado actual del mundo, Von der Leyen intente poner énfasis en aquello que puede devolver la esperanza a los ciudadanos europeos. Señalar la solidaridad europea desplegada durante la invasión resulta pertinente, pero es un error proponer un plan basado en una actitud solidaria coyuntural y deficiente en algunos aspectos como guía para lidiar con futuras crisis migratorias. En tanto el asunto se trate de la dignidad y la vida de millones de personas, los planes de migración y refugio deben analizarse a profundidad, mejorarse constantemente y, también, deben descansar en algo más que idealismo y solidaridad europeos.