La lucha por el alma de la Unión Americana. ¿Después de noviembre qué?

El ocho de noviembre del 2016 Donald Trump hizo entrar a la unión americana en estado de shock. Su victoria fue una fuerte sorpresa para ambas partes. No solo para los barrios más demócratas de los estados azules quienes, sustentados en varios análisis, predecían con 98% la probabilidad de una victoria de Clinton.[1] Sino que, para el mismo equipo de Trump, quienes ya estaban buscando su siguiente fuente de ingreso.[2] Ahora, cuatro años, miles de protestas, una pandemia y cientos de post—mortems después, la sombra de aquella elección vuelve en una forma diferente.
Hoy, a tres días del fin de la jornada electoral, la discusión pública no gira únicamente en torno al margen de error de las encuestas (que fue decisivo en la mala orientación que hubo hace cuatro años), ni a las distintas tendencias generalizadas en distritos particulares (que entonces, curiosamente, fue de donde surgieron varios focos rojos —más tarde ignorados— para la campaña de Clinton). Sino, la discusión que ha surgido —en parte de manera deliberada— es, más bien, sobre el significado y las implicaciones más allá de las elecciones. Dicho de otra manera, sobre quién o qué representa verdaderamente al pueblo americano.
La respuesta a la pregunta anterior puede encontrar fácilmente su respuesta en quién sea que la responda. Trump, como el empresario “exitoso”, fanático de McDonalds y con una deuda gigantesca[3] o Biden, como el político de “la clase trabajadora”, con sus conocidos gaffes y que ha liderado a su país a varias guerras.[4] Ambos personajes pueden parecer respuestas satisfactorias a mi pregunta. Sin embargo, quiero esgrimir que, a pesar de lo que podría parecer, la respuesta no se encontrará inmediatamente cuando se acaben de escrutar las boletas. En cierto sentido, el escrutinio electoral es más bien un paso más en la lucha por el alma de la unión americana. Combate que no terminará el tres de noviembre en la noche (o cuando sea que se determine el ganador). Pues, en realidad, la lucha por su espíritu continuará (como lo ha hecho) una vez tome protesta quien sea que gane.
Como dije anteriormente, Trump llegó a provocar un cisma en ambos lados. No solo para las élites demócratas quienes perdieron dramáticamente la carrera presidencial, también para las élites republicanas, quienes vieron un rechazo popular a los postulados ideológicos a los que tanto se habían atenido. Incluso habiendo ganado, los “clásicos” republicanos habían perdido.[5] Desde un primer momento, el establishment se quebró y la búsqueda por un nuevo significado de lo que implicaba el ser americano para el pueblo, según las élites, comenzó.
Cuando comenzó la carrera presidencial del 2016, un término que se usó sin fín para describir a Trump fue el de populista. Al finalizar esa elección, Trump no solo se había apropiado de ese concepto, sino que, con el mandato del colegio electoral, también lo había hecho del pueblo. El (supuesto) multimillonario había logrado conectar con el obrero del cinturón de hierro. Se había logrado relacionar con un malestar que, por acción u omisión, estaba completamente relacionado con lxs Obama, con lxs Clinton, con lxs Bush y con el establishment norteamericano. Se configuró como el arquetípico populista capaz de manejar, como si fuese su propia voluntad, la intención del pueblo. En cierto sentido y contra (casi) todo pronóstico, se apropió de lo que significase el espíritu americano.
Cuatro años, muchas promesas fallidas, una crisis sanitaria, otra crisis económica y un impeachment han pasado. De alguna manera, esta conexión entre personajes se mantiene. En parte, gracias a una respuesta de las élites demócratas concebida como ineficiente por su tradicional electorado.[6] Sin embargo, el apoyo que drásticamente y de último momento, los grupos obreros le otorgaron a Trump, ahora se está desvaneciendo. Los problemas provocados por el antiguo régimen y a los que el número cuarenta y cinco había prometido una solución, no solo se mantuvieron, sino que se agravaron. El presidente más que liderar un movimiento del pueblo que cambiara a todas las élites y “limpiara el pantano”, terminó abrazándolas.
El espíritu americano que parecía haber sido reclamado por los desafectos de las clases obreras, se vio quebrado una vez más. Ahora, para estos grupos que, decepcionados con el partido demócrata, dieron paso por votación u omisión a Trump, las opciones se volvieron más estrechas. La candidatura de Biden podría parecer la respuesta lógica a la campaña de re–elección del presidente. El ahora candidato demócrata resalta de lxs demás personajes del establishment al posicionarse en contraposición a las figuras tecnocráticas del partido. En esta ocasión, su separación técnica y de clase (por la concepción del Working Class Joe) le auxiliaron para reconectarse con un sector separado del electorado.
No obstante, esto no quita responsabilidad al establishment que ahora busca regresar a la Casa Blanca. En ese sentido, Joe Biden, por más working class que sea, sería solo un medio para ellxs. Una fachada de clase trabajadora para las élites blancas bien educadas que quieren, desesperadamente, regresar al poder. Para ellas, la lucha por el alma de la Unión Americana puede ser algo retórico, pero para muchos votantes no lo es. Pues por un lado, Trump ha rebelado un rostro desagradable de lo que puede significar (y ha significado) el ser americano; un rostro que expresa motivos infinitos de sexismo, de racismo, de clasismo, de homofobia, de la continuación, acrítica, de una cultura de celebridad y el mantenimiento de un sistema de capitalismo tardío. En otras palabras, de lo que se puede percibir como sus peores características o de lo que (creen que) son. Por otro lado, para estos votantes deshauciados, el actual presidente solo es la conclusión lógica de un sistema que ha fallado constantemente y aunque podrían estar en contra de sus métodos, apoyan lo que perciben como un luchador, en cierta medida exitoso, cuando nadie más lo ha hecho. Puesto de otra manera, representa sus mejores características o lo que podrían ser.
Asimismo, la candidatura de Joe Biden podría interpretarse de dos maneras similares. En un sentido, al enfatizar la búsqueda de dignidad y civilidad, de una paz negativa (como lo pondría Marthin Luther King Jr en su carta de Birmingham), se podría entender su candidatura como la del regreso de los moderados blancos. De lo que alguna vez fueron, antes de Obama y Trump, antes de la política y de los políticos polarizantes. En otro sentido totalmente distinto, algunxs liberales han insistido en que Biden representa, más que un retorno, un paso hacia adelante. Esta es una postura que ve a Trump como una aberración, como un outlier de la historia y de esa manera Biden representa a un medio que jalará al resto de país al futuro, a un futuro sin brutalidad policial, sin sexismo sistémico que considere a las clases bajas. Biden es, más bien lo que serán.
Francamente, creo que un análisis de la elección que considere a una sola de esas posturas es un análisis que necesariamente será errado. En parte, porque sería ignorar las distintas realidades que nos han puesto en el contexto donde estamos. Sí, Trump representa lo que la unión americana es y sí Biden representa lo que alguna vez fue. Pero es innegable que, al mismo tiempo, Trump se postuló como el resultado de lo que fue, para convertirse en un bastión de esperanza para comunidades que ya no tenían y Biden, a su vez, plantearía cuando menos un mínimo avance hacia la realidad que hoy viven. Trump es una transgresión, sí. Biden es parte del sistema, también. Todas pueden ser ciertas; ya que las dos son caras distintas de una sola moneda americana que, yo creo, ha perdido valor.
Ambos representan la normalidad americana y si algo nos ha dejado en claro la pandemia, es que dicha normalidad no puede permanecer igual. Por más que se desee regresar a lo realidad de cuando America fue grande (como quieren decir los hiper–fanáticos de Trump) o volver a una era de civilidad (como proponen los hiper-fanáticos de Biden), es importante declarar su imposibilidad pues ambas fueron erradas. Pues ambas nos trajeron aquí. La primera, al imitar a Hoover y no hacer nada durante una de las crisis económicas y sanitarias más graves de sus tiempos. La segunda, al seguir la advertencia de MLK casi al pie de la letra (nuevamente en la carta de Birmingham) y continuar de manera devota un seguimiento al orden, antes que a la justicia.
Después de que se cuenten las boletas, la disputa por la unión continuará. De manera distinta a como lo ha hecho hasta ahora, pero lo hará. La forma que tomará es incierta, pues nada puede permanecer igual. Por más que sea deseada, la normalidad no es (ni fue) viable. El modelo liberal de la pos–guerra fría, en múltiples sentidos se ha agotado. Ese modelo del que ambos personajes son reminiscentes, no ha funcionado y continuar sin un cambio es ignorar la realidad que lo demanda. El combate por el espíritu de la unión, es también el combate por ver a quién responde el sistema, en favor de quién funciona la realidad. En ese sentido, como lo propone la representante Ocasio-Cortez, si la vida de las personas normales no es diferente, si no ven que el gobierno comience a funcionar en su favor, hay miles de Trumps en espera. Puesto en otras palabras, si el espíritu de la unión americana no logra responder a las demandas de lxs desafectxs, los cambios a llegar serán imposibles de concebir.
[1] Jackson and Hooper, “2016 President Forecast.”
[2] Kranz, “Convinced Trump Would Lose, Kellyanne Conway Interviewed for News Jobs”; McCaskill, “Trump Tells Wisconsin: Victory Was a Surprise .”
[3] Buettner, Craig, and McIntire, “Trump’s Taxes Show Chronic Losses and Years of Income Tax Avoidance .”
[4] Politifact NC, “Fact Check: Did Biden Support Wars in Iraq, Serbia, Syria and Libya?”
[5] NBC News, “Ted Cruz Booed At Republican National Convention .”
[6] Ruhle, “Undecided Black Women Voters Call out Joe Biden for Taking Their Vote for Granted.”