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POR MI RAZA HABLARÁ MI EXPERIENCIA: Reflexiones de una brevedad

José Ángel Bazán Sánchez

De la impresión civilizada a la inseguridad racial, o de lo otro.

México es un país racista.

 

Europa, para sorpresa de algunos, es un continente que también lo es.

 

Yo soy un hombre bajito, delgado y moreno. No pasó un solo día en el continente europeo sin que alguien o algo me lo recordara. Desde que llegué hasta que partí. En detenciones aleatorias en aeropuertos y estaciones, en incontables insultos que recibí en la calle, en la extraña sexualización, acoso y fetichización de la que fui sujeto, así como en el par de ataques que recibí. Estando allá mi cuerpo se volvió una ineludible presencia en los lugares que ocupaba y una carga para mi y para las personas a mi alrededor. No sólo por el hecho de que la corporeidad de mi persona facilitara con tanta sutileza mi percepción como agente externo, sino porque fue mi cuerpo el medio por el cual se transmitieron incontables miedos, deseos e ideas que enarbolan la percepción del otro sobre el que se ha construido la identidad europea y la identidad occidental. Por lo que me hicieron saber, el solo hecho de estar ahí, de tener mi color de piel, de vestirme como lo suelo hacer, de hablar como lo hago, ya era percibida como una disrupción. Como una anomalía con la que debían interactuar y, hasta cierto punto, convivir.

 

No quiero que este texto se interprete como malagradecimiento, de mis padres que me apoyaron, de la gente que conocí, o de las personas que tuve el orgullo y la felicidad de poder llamar amistades. Que me recibieron en sus casas y en sus corazones, que definitivamente quitaron el sabor amargo de las peores interacciones de mi paladar. No quiero decir que europa sea un continente que no valga la pena visitar o buscar, o mucho menos que nadie dentro de europa valga la pena. Solo quiero plantar en palabras lo que me había incomodado de mi estancia allá. Que aquella perfección que tanto había sido retratada en el sistema educativo, en las anécdotas de mis amistades, blancas, es una plenitud virtual para las personas como yo. Que lamentablemente en la idea de europa no caben todxs y que, tal vez por lo mismo, se vuelve verdaderamente menester buscar maneras alternativas de concebirse a uno. Que tal vez la identidad propia, y este delirio civilizatorio no es la mejor manera de quererse a sí. Y que tal vez, no es necesario ser una mezcla perfecta de un pasado y un presente para ser un yo.

 

Ahora, vale la pena aclarar que la disrupción no fue mala en sí. La convivencia entre grupos de distintos orígenes tampoco fue inherentemente excluyente. Para mí y para todas las personas de mi alrededor trajo oportunidades de aprendizaje sobre el otro. El problema, no obstante, se desarrolló en dos partes; como avatar de la percepción que tenían algunos europeos de sí, y como reflejo de lo que los mexicanos percibimos de nosotres como totalidad y conjunto de partes. Para lo primero, junto a la idea de europa y de occidente, en muchos casos, viene la idea normativa y homogeneizante de civilización, de orden y de identidad. Adjunto a su identidad como grupo hegemónico, viene el precepto inherente de su civilización como la civilizada por excelencia: la que sigue las reglas, la que respeta los derechos, la que tiene fallas pero menores en comparación con la del resto del mundo. En contraste directo el resto de civilizaciones, y las personas que las encuerpan, adquieren características que, sean positivas o negativas, son vistas como ausentes de la idea de lo europeo, extranjeras a sus valores.

La comunidad latina, la comunidad árabe, la comunidad africana, tanto son exóticas y atractivas como peligrosas y de cuidado. Había la posibilidad de beneficios sociales si tu presencia solamente cargaba las primeras y renegaba las segundas. Ahora, si las instituciones del continente, y las personas que las ejercen, te percibían como parte de lo segundo, corrías el riesgo de encontrarte de cara con el peor aspecto que la idea europea carga con sí. Las reglas necesarias se convertían en imposiciones arbitrarias, el orden en un objetivo inalcanzable en el que uno no cumple de inicio los estándares necesarios y la corporeidad, como las tierras en el pasado, deja  de ser una zona autónoma y se convierte en un objetivo de conquista. En consecuencia, mi cuerpo tal y como se ve, bajito, delgado y moreno, era encasillado en  una percepción donde poco importaba el contenido de mi carácter. Así como era picante por que me gustaba bailar, era un imán policial al que las detenciones arbitrarias le sobraban, así como decían que cargaba sazón con mi actuar, también cargaba la sospecha de ser usuario y vendedor de drogas o de explosivos por parte de figuras de autoridad o de los padres de mis amistades. Así como mi cuerpo era descrito como exótico y atractivo para quienes lo querían con consentimiento, así era descrito para quienes trataron de obtenerlo por la fuerza. Supongo que hay latinos y mexicanos que pueden quedarse en lo primero, en lo superficialmente benéfico, pero para mí,  como hombre moreno y racializado, no quedaba de otra más que quedar del otro lado: en lo indeseado.1 Y fue cuando lo más cercano a un neo-nazi me escupió en el transporte público de Budapest que lo acabé de entender. Mi totalidad, mi corporeidad, mi racialidad era ajena a la idea de un continente al que activa o pasivamente, por efectos  del sistema educativo e histórico, se encontraba en el centro de mi cosmovisión. Mi totalidad era incompatible a la idea de lo europeo, por más que lo europeo siempre fuese central a la definición de lo propio.

De la inseguridad racial a la mezcla contradicoria , o de lo  propio

Lo bello del antirracismo es que no tienes que pretender estar libre de racismo para ser antirracista. El antirracismo es el compromiso con luchar el racismo donde sea que lo encuentres, incluido en tí mismo.

Y es el único camino hacia adelante.

Ijeoma Oluo

 

Recuerdo que en algún punto de mi primaria discutimos sobre la identidad mexicana. La profesora guio una discusión que concluyó, entre otras cosas, en la afirmación de que como personas mexicanas, sin importar nuestro color de piel, todes éramos mestizes. Ni hijos de indígenas, ni de españoles, mestizes. Porque por ahí iba la identidad mexicana, en la mezcla “perfecta” de las razas. Recuerdo la inseguridad que este concepto me causaba cuando, por ejemplo, me quejaba del trato diferenciado que recibíamos las personas morenas en contraste con el de las personas blancas. Recuerdo que en la secundaria este concepto seguía usándose como sombrilla para abarcar a todes, y es que todes querían ser mestizos, las personas blancas y las morenas. Porque para nosotres la banda morena, era preferible ser mestizo a indígena; se veía como una mejora sin serlo. Si tus papás eran indígenas o hablaban algún otro idioma no europeo era algo motivo de vergüenza y burla. En las discusiones con las amistades se discutía la mejora de la raza como una premisa fundamental aceptada. En nuestras relaciones y en nuestras familias. Mientras que para los blancos el mestizaje era igualmente atractivo, no porque valoraran a los pueblos originarios, sino porque proporcionaba una fachada de igualitarismo. Les permitía mantener sus beneficios sociales y continuar la occidentalización como atractivo, a la par que callaban cualquier voz de disidencia. Permitía la continuación del “todos somos mestizos” porque su consecuencia lógica era la imposibilidad del racismo.

 

Es que la idea de mestizaje no es ni de mezcla ni de inclusión, es de cambio y purificación. Porque cuando el mestizaje se ejecuta no se busca la continuación de los valores o costumbres indígenas, ni su rescate en alguna suerte de mezcla perfecta, se busca el blanqueamiento de las personas y su cambio de salvajes a civilizados. Para lo cual la idea de europa es fundamental. Pues es el arquetipo europeo, el de lo blanco, el de lo civilizado y el de lo occidental el que necesariamente se planta a sí como contrario al arquetipo indígena que en consecuencia representa lo que se quiere dejar atrás. Lo europeo, lo no cercano, lo blanco, es aquel horizonte al que nunca se podrá llegar pero tampoco se podrá dejar de aspirar; mientras que lo indígena, lo nativo, lo moreno, es aquella realidad que aunque siempre presente nunca se puede dejar de renegar, es aquel “sí, soy moreno, pero yo cuando bebé era blanquito”.

Ambos ideales, el de la aspiración y el de la negación, son esenciales en la construcción de ambos; el mestizaje y lo mexicano. Pues es lo primero lo que sustenta lo segundo; el mestizaje actúa como una pintura democrática que permite la subsistencia, por más destructiva  que sea, de la identidad mexicana. Le dota de la capacidad integradora que trae consigo la homogeneización de un territorio cuyas poblaciones son definidas por la diversidad, permite a la identidad mexicana plantarse en una perpetua lucha aspiracional.

 

Donde la idea de mejorar la raza es representativa de una ideología que ve hacia europa y lo europeo como lo único civilizado y, por tanto, la única realidad a la que deberíamos querer llegar. Lo que fuerza por acción y omisión al mestizaje dentro de una corriente que, si bien no es blanca en sí misma, apela a la blanquitud. Porque no se trata de ser blanco y rubio de ojos azules (aunque serlo no caería mal), sino de forzar a las personas por más morenas o indígenas que sean, a rechazar esa prietitud y abrazar la blanquitud, al vestirse del modo europeo, al expresarse como los europeos y al actuar de manera sofisticada como lo hace lo europeo. Situación que me dejo a mi y a muchos morritos morenos pensando en su color de piel como una sanción, como algo que deberíamos renegar en una eterna búsqueda de la aclaración, de la mejora. En consecuencia y sin quererlo mi formación como persona mexicana, que se entendía mestiza, acabó posicionando lo blanco y lo europeo como algo central de mi identidad, como algo que no debía dejar de buscar. Imagínense el shock cuando, al llegar allá, caí en cuenta que el espacio que hasta entonces en mi cabeza se había constituido como ideal era totalmente ajeno al de mi realidad. Me vi forzado a dar razón de que el entorno del otro, que hasta entonces para mí era visto como lo deseable, en realidad se hallaba en plena contradicción con lo propio. Mi aspiración occidental era incompatible con la realidad.

De la mezcla contradictoria a la búsqueda decolonial, o de lo      propio con respecto a lo otro.

Llegué a Europa con la llegada del año 2022. Salí el último día de junio del mismo año. Fue ahí, en un ambiente regido por lo externo y foráneo, en el que me acabé de entender a mí y a mi identidad. Pues, así como el mestizaje, mi realidad estaba construida con una aspiración muy clara, la de lo civilizado, lo blanco, y lo europeo. Al arribar a europa caí en cuenta que ese espacio en el que yo buscaba entrar simplemente no existía. La forma que tomó este descubrimiento no fue la de un choque repentino, sino la de un impacto en cámara lenta, donde cada día un fragmento distinto chocaba conmigo y me hacía dar razón de mi y mi corporeidad. No acabó pasando un día sin que el continente europeo me lo recordara. Yo, hombre moreno, delgado y bajito, llegué a europa pensando que ahí tal vez y sería diferente. Que la aspiracional unión europea y la liberal república francesa chance y me tratarían de una mejor manera que lo había hecho México. Sin embargo, no fue así. Me vi forzado a caer en cuenta de que México es un país racista, y europa, para mi sorpresa, también lo era.

 

1. No supe exactamente dónde mencionar que creo que mi identidad específica como hombre racializado fue crucial en delimitar mi experiencia. Pienso que como persona racializada que se auto-percibe y es percibida como hombre, la respuesta que recibí de las personas e instituciones tuvo similitudes mas no fue análoga a la de las mujeres y personas que no caben en este binarismo que limita a todes. Mi experiencia me hace creer que en este lado del binarismo sí hay exotización, pero no sobra (como tal vez le haya sucedido a mis compañeras y compañeres morenas), no obstante la experiencia que para mi y mis compañeros morenos abundó (al menos con quienes pude compartir anécdotas) fue la de la criminalización; que si no he sabido explicar hasta este punto, es la que al final no pude evadir.